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viernes, 8 de mayo de 2015

ARREPENTIDOS / CRIMEN RITUAL
























En Alfaz del Pi a día de hoy hay varios casos “abiertos” por extraños crímenes sin resolver. Como vimos en otra entrada del blog, sucedieron hechos desconocidos hasta la fecha en nuestro país,  relacionados con rituales que realizaba una secta que operaba en aquella zona: La Fraternidad Blanca Universal. En uno de sus rituales realizados en un chalet de esa localidad, resultó muerta una joven belga.

"Si quereis ser invulnerables, no salgáis de la fortaleza indestructible que es la Fraternidad Blanca Universal". Con estas palabras el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov transmite coraje a sus adeptos para que no dejen la secta que empezó a propagar en FRANCIA  en 1937 y que en la actualidad, según un informe parlamentario de la Asamblea francesa, cuenta con más de 20.000 adeptos en el país vecino
El caso de mayor impacto, sin embargo, ha ocurrido lejos de Francia. Ayer, el marido de Natalie, Agustín E. O., de 39 años, y el matrimonio de ALZIRA  integrado por Roberto R. F. y M. R. A. G., ingresaron en la prisión de Fontcalent de Alicante acusados de homicidio, indicó el fiscal jefe de la Audiencia de Alicante, para quien existe dolo en la acción ritual que practicaron con la víctima. Dicho de otra forma: la Fiscalía cree que los acusados actuaron a sabiendas del perjuicio que podían ocasionar a Natalie, y descartan la involuntariedad en la muerte por asfixia de la víctima. Mientras, los padres de la joven Gloria Martínez, desaparecida en una clínica de L"Alfàs en 1992, han decidido solicitar a la Guardia Civil que investigue una posible conexión con este caso.


Pero volviendo al hilo de la testigo “arrepentida” en el caso de Gloria Martínez desaparecida en la clínica de Alfaz del Pi y en relación a otros casos, cabría  plantearse algunos interrogantes.

¿Sabremos algún día toda la verdad sobre determinados crímenes que siguen sin estar cerrados o esclarecidos.?
¿es posible esperar un testimonio de alguien “arrepentido” después de tantos años de impunidad?.
¿queda esperanza para las familias para que sean esclarecidos definitivamente algunos de estos trágicos hechos?

Hubo algún ejemplo,  dónde supuestos partícipes o testigos después de haber transcurrido mucho tiempo  se decidieron a relatar lo que hicieron o conocieron de primera mano. Autores, cómplices, testigos.











El caso de la pequeña Ainara en Navarra, fue uno de ellos. De la mano de la escritora de éxito Dolores Redondo, pude conocer la increíble historia real sobre la que se inspiró su exitosa “trilogía del Batzán”. Novela negra ambientada en escenarios reales de esa antigua tierra. Una relación familiar compleja y matriarcal, una historia fascinante dónde se entremezclan misterio, mitología vasca,  thriller, crimen y leyendas.  
El caso de Ainara, vendría a ser la confirmación de que los crímenes rituales son algo real. Y suceden en nuestro país. Al igual que en el caso de la cripta de Marmellar, los sacrificios rituales parecen vislumbrarse como hechos aislados pero no por ello menos inquietantes.
¿Pero qué le sucedió a Ainara?
Ainara era una niña de tan sólo 14 meses que fue asesinada por una secta en un caserío de Lesaka, población sita en Navarra, a 70 kilómetros de Pamplona.
El crimen se produjo durante un ritual de la secta. Los propios padres de la pequeña eran integrantes del grupo, la ofrecieron y  participaron en esa macabra ofrenda. Horrible. Después del crimen, sucedido hace 30 años, el grupo se dispersó por todo el país. Ahora son personas bastante “relevantes” en la sociedad dónde viven. Uno de ellos arrepentido, confesó e inculpó al resto.

La prensa también se hacía eco de esta noticia:

“La Guardia Civil investiga el asesinato de una bebé a manos de una secta hace 30 años”.
Se llamaba Ainara, y poco más se sabe de los escasos catorce meses que duró su vida. Con esa edad desapareció, hace casi treinta años, y su huella quedó sepultada en el olvido. Pero no todos los que conocieron al bebé y las extrañas circunstancias que le tocó vivir la borraron de su mente. Según ha podido saber ABC, hace un tiempo alguien decidió que ya era hora de hablar y denunció un episodio espeluznante, una confabulación de fanatismo y miedo de la que la pequeña Ainara fue la víctima.

Esta persona contó que los padres de esa niña pertenecían a una secta, un grupo de sumisos que habían establecido su base en un caserío de Lesaka (Navarra). Allí debió de criarse la niña, en ese ambiente de anulación, hasta el día de su muerte. Según el denunciante, los propios padres ofrecieron a la hija en sacrificio a su comunidad como los adeptos que entregan su patrimonio, su voluntad y su dinero. Y el sacrificio se consumó: Ainara —explicó— fue asesinada y enterrada cerca de la casona en la que vivía el grupo.

A raíz de esta información, el Juzgado de Instrucción número 1 de Pamplona abrió una investigación, que está en marcha, para intentar aclarar este oscuro episodio. La «operación Ainara», de la Comandancia de la Guardia Civil de Navarra, busca poner luz a un delito de asesinato y encubrimiento. Los agentes han buscado y encontrado a casi una decena de supuestos miembros de la secta, que según el informante se disolvió al cabo de unos años.

Esta misma semana han sido imputados y llamados a declarar ex adeptos en Elda  (Alicante), La Escala (Gerona), Rota (Cádiz) y Hoyo de Manzanares (Madrid), además de llevarse a cabo numerosas gestiones en Navarra. La investigación es secreta, por el delicado asunto y el tiempo transcurrido. Según ha podido saber ABC, el pacto de silencio se ha mantenido inquebrantable y los que en su día fueron partícipes, autores o encubridores del asesinato de Ainara han retomado una vida normal, con una perfecta integración que lava su pasado de miedo y adhesión. En Gerona viven tres de los ex miembros de la secta, y otros dos en Madrid. Uno de los imputados es médico.

Cuando Ainara desapareció, hubo quien preguntó por ella. Sus padres confirmaron a algunos allegados que había muerto. Inventaron un viaje al Reino Unido, donde, según explicaron, la pequeña sufrió un ictus del que no se recuperó, y decidieron enterrarla allí. Con esa farsa justificaron que no hubiera partida de defunción de la niña. La Guardia Civil no ha confirmado si entre los imputados están los progenitores. El denunciante marcó una zona donde supuestamente enterraron a la niña, pero ahora hay que encontrarla. Han pasado treinta años y era un bebé. La tarea no será sencilla.


La autora de la trilogía, se entrevistó con un investigador del caso, que le pudo aportar algunos detalles, si bien la investigación continúa abierta, por lo cual se conoce muy poco sobre el estado actual de la instrucción.

No puedo desvelar detalles porque el caso sigue abierto bajo secreto judicial. Los presuntos asesinos saben que son sospechosos y cada cual conoce su grado de participación. Viven y ejercen su profesión en varios lugares de España. Son personas cultas y entre ellos hay médicos, abogados, dentistas...

Fanatismo, sectas, ritos, creencias.





En el año 2010 en un pequeño pueblo de la C.Valenciana de tan sólo 1.500 habitantes llamado Víver, tuvo lugar un macabro hallazgo.
La Guardia Civil se hizo cargo de la investigación. Se trataba de una bebé, cuyo cuerpo apareció en el monte. Unos cazadores encontraron un pequeño cuerpo envuelto en una bolsa de plástico. El cuerpo de la pequeña estaba completamente desfigurado, le faltaba la cabeza y un brazo.

Retrocediendo en el tiempo hasta el año 1991, la pequeña Ana María J. C. de tan sólo 9 años, desapareció en Huelva. Sesenta y nueve días después su cuerpo apareció en el Río Tinto a dos kilómetros de su domicilio. El cadáver estaba desnudo y decapitado, cubierto de cañas y maleza y en avanzado estado de descomposición. La cabeza apareció a unos quinientos metros de distancia del cuerpo.
La zona dónde fue encontrado el cuerpo había sido rastreada anteriormente por los medios empleados en la búsqueda.
El cuerpo no pudo ser identificado por los padres, se identificó en base a prendas y enseres que portaba la niña. Por estos  hechos fue detenido y condenado un hombre con antecedentes por hurto y diversas peleas. La única prueba de cargo fue la semejanza entre dos fibras de un tejido vulgar que se encontró en la uña de la víctima y en una silla de la casa del acusado. Recientemente fue excarcelado tras cumplir 21 años de condena. Siempre mantuvo que era inocente.

En el año 1995, la prensa se hace eco, de la siguiente noticia:
“El supremo reabre el caso de Ana María asesinada en Huelva”.
El letrado de la defensa, ha aportado una serie de pruebas, entre ellas el téstimonio escrito de un naturópata, ya fallecido, donde se narra con detalles precisos que la pequeña falleció en el transcurso de un ritual satánico
“El brujo” quería morir en paz, guardar su secreto hasta su muerte y gritarlo después de ella. Sin embargo, su alma siguió perturbada hasta el último día de existencia. Llegó a ingresar en un hospital para tratarse la enfermedad que padecía, pero, a la semana, pidió el alta voluntaria y huyó.

Este vidente-curandero de  36 años, que no tenía nada que ver con la persona condenada por el crimen, y que estaba aquejado de una enfermedad mortal, decidió dictar a un amigo una estremecedora confesión, sobre lo ocurrido con la pequeña.
Así contó que cogió a la niña cerca de un kiosco, la metió en su vehículo y salió de Huelva. El brujo estaba tranquilo. «Satán me protegía». La niña tenía que ser sacrificada para hacerle más poderoso. Durante la confesión, José B. habla en primera persona del plural y deja entrever que hay otras personas implicadas en el asesinato. Sin embargo, a preguntas directas de su confesor, el brujo responde: «Yo sólo confieso mi culpa, los demás pagarán como ellos crean». Ana María estuvo confinada durante más de una semana en algún lugar que José B. se negó a revelar. Según su testimonio, la niña no sufrió los días que estuvo oculta. “La noche que murió estuvo muy contenta y lo último que comió fue un pudin de pasas”. En la autopsia,  se encontró entre los residuos orgánicos encontrados en el cadáver una pipa de uva. Este aspecto era desconocido para la opinión pública, y tan sólo manejado por los instructores del caso.

En ese escrito dónde se confesaba autor de la muerte daba tantos detalles del óbito,  que estos sólo podrían ser conocidos estando cerca de tan desafortunada niña

 El brujo mantuvo escondido, «y bien conservado», el cadáver de la niña durante un mes esperando la próxima luna que coincidía ese año con la noche del Jueves Santo al Viernes Santo. El cuerpo sin vida de Ana María fue trasladado en barca, aprovechando las sombras de la noche, por el brujo y otras personas desde el monasterio de la Rábida hasta las marismas que hay en la otra orilla, cruzando el río Tinto. Ya en tierra, el grupo de personas hizo los preparativos para el ritual. Querían ofrecer a Satán la virginidad de la niña. Separaron la cabeza del cuerpo de la víctima con la intención de pincharla en un palo y que presenciara, a la luz de la luna, la ceremonia macabra que debía finalizar con la quema del cuerpo en honor al demonio. Impregnaron el cuerpo de la pequeña con una sustancia, y vía rectal introdujeron unas hierbas con sangre de un gato negro. Los adoradores de Satán abandonaron el cadáver sin poder consumar la ofrenda, según confesó el brujo. El cuerpo de Ana María quedó semihundido en el barro, escondido bajo ramas y arbustos. Un mes después fue hallado por unos desinsectadores del río.






Por entonces, -1988- una ejecutiva madrileña murió desangrada en la puerta de un hospital sevillano. La trasladaron desde un chalet de Mazagón (Huelva), tras serle desgarrados sus genitales y pechos en un ritual. El cementerio onubense llegó a ser vigilado por efectivos policiales tras destrozarse tumbas e invertirse cruces varias veces. En las reuniones diabólicas concurrían personajes de toda España.

Siguiendo la estela del crimen de la secta de Mazagón, “El país” nos relata lo siguiente:

La principal acusada por el caso de la denominada secta de Mazagón, Ana C. C, de 44 años, dijo ayer al fiscal que "el gran águila, el espíritu guía", hablaba a través de ella para orientar a sus compañeros. El juicio contra este extraño grupo comenzó ayer en la Audiencia Provincial de Huelva y se prolongará hasta el lunes. El físcal ha solicitado en sus conclusiones provisionales casi 200 años de cárcel para los siete procesados por los delitos de asesinato, estafa y favorecer el consumo de sustancias estupefacientes, entre otros.

La declaración de Ana C. sembró en ocasiones el desconcierto en el fiscal y entre los miembros del tribunal debido a sus habituales alusiones a espíritus parlanchines. En un momento del relato dijo: "Aquella orden no la di yo, tampoco el gran águila sino el espíritu del padre de Rafa, fallecido cinco años antes, que esa noche decidió hablar a través de Antonio".Es una mujer de baja estatura, sin profesión conocida, con el pelo corto y el gesto gélido, sobre la que pesan acusaciones de asesinato y de realizar habitualmente torturas escalofriantes. Tiene sus facultades mentales en perfecto estado, según los análisis psiquiátricos.

Ana Camacho negó ayer que hiciera tragar a sus compañeros de grupo cigarrillos encendidos o manojos de cabellos que previamente les había arrancado, o beber orina propia o de los perros. También negó que estuviera soltera, como dice el sumario. "Me casé con un muerto, pero de ese asunto no quiero hablar. Soy esposa en artículo mortis", aseguró con total decisión.

Atada con cadenas a la cama

La guía espiritual del grupo insistió en que ella no participó el 28 de agosto de 1988, en un chalé de Mazagón, localidad costera cercana a Huelva, en las torturas que acabaron con la vida de María Rosa L. S., quien desde tiempo antes intentaba huir de la secta.
Los otros procesados han acusado a Ana C.  de propinar la fatal paliza a Rosa después de varias semanas de escalofriantes torturas.

Los exámenes médicos realizados en el hospital sevillano donde falleció el 4 de septiembre de 1988 indicaron que Rosa Lima tenía un ovario roto, entre otras lesiones, y que le suministraron numerosas sustancias estupefacientes.

Según el informe fiscal, el marido de la víctima, José Manuel S. P., también procesado, asistía a las palizas y en alguna ocasión vomitó al presenciar las torturas ejercidas a su esposa.

Ana Camacho negó, a preguntas del fiscal, que hubiera acusado a Rosa de estar poseída por el diablo y de asegurar que las manos de la víctima se estaban convirtiendo en "garras satánicas". La acusada puntualizó: "Eso sí, las manos se le estaban poniendo raras".

¿Pero quién era la gurú de la secta?
Ana C. auxiliar de clínica, asistió en 1978 en Sevilla a un curso intensivo de control mental impartido por una instructora de la organización Silva Mind Control, allí se forjó una gran amistad con una instructora de la organización, la uruguaya Marta L. Ambas mujeres al año siguiente se instalaron en un piso de la calle San Emilio de Madrid, allí Ana creó una especie de grupo donde se abordaban temas esotéricos, religiosos y espirituales. Poco a poco, entorno a su figura se fue consolidando un grupo de personas, atraídas por sus enseñanzas. Para dominar la voluntad de sus adeptos, la líder del grupo se ayudaba de unas sesiones mediúmnicas, en las que hacía creer a los demás que diversos espíritus se manifestaban a través de ella. Así, los espíritus de Gran Águila, Santiago o Juan y los extraterrestres Leokin, Nirfe u Otonilbo pasaron a ser considerados "entidades-guía" y sus órdenes se cumplían a rajatabla
Basándose en que sólo el sufrimiento lleva a la salvación eterna, Ana C. sometió a sus adeptos a humillaciones y terribles vejaciones. Impedía a todos fumar y si encontraba a alguien con un cigarrillo encendido, se lo apagaba en la lengua y le hacía tragar los que tuviera en la cajetilla. A lo anterior hay que añadir golpes con una fusta o con la muleta de la que se ayudaba para caminar, cortes producidos con pinzas y otros castigos físicos, algunos tan sádicos como hacer ingerir los excrementos del perro o los cabellos que les arrancaba a tirones. Esta situación, aceptada para no perder la salvación eterna que sólo era posible junto a Ana, se hacía cada vez más insostenible. Para sofocar los focos de rebeldía, además de incrementar los castigos, Ana acusaba de estar endemoniados a los que disentían.
En 1986 el grupo se trasladó a vivir a Mazagón-Huelva.

Finalmente Ana C. fue condenada a 26 años de prisión por estos hechos. Junto a ella fueron condenadas seis personas más como cómplices en distintos grados de este crimen. Todos pertenecían a la secta, y uno de ellos era el marido de la víctima.



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